Llovía tanto que la tierra se enlodó y
Rodolfo Triana tuvo que regresar con el arma al hombro enfangado hasta las cachas.
Era un rifle automático con la culata dorada que desprendía reflejos con la luz
del atardecer. Llevaba el traje de camuflaje y en la cabeza un sombrero marrón
con la pluma de un ave como divisa. Sus botas de caña alta chapoteaban en el
lodazal. Caminaba despacio, con creciente dificultad, por el accidentado
sendero que se iba borrando con la lluvia. La oscuridad empezaba a anunciarse.
¡Joder! exclamó al tropezar con un montículo y despedir sus botas bolas de
lodo. El rostro se le llenó de un barro viscoso, algunas partículas se le
pegaron a la boca y bajaron por su garganta. Escupió con rabia. El sabor a
tierra fermentada le hacía mascullar palabras incoherentes.
Notaba la lengua áspera y la boca pastosa.
Tomó un trago de wiski y se enjuagó la boca. Volvió a escupir con rabia.
Encendió la linterna y dirigió el haz de luz perpendicular al camino, luego la
inclinó hacia el suelo. A sus espaldas escuchó un rápido movimiento en la
espesura. Se giró bruscamente. El rifle en posición de tiro. Apenas se veía. La
luz del atardecer se desvanecía. Entonces se acordó de Linda. Hacia un rato que
la perrita pointer había escapado tras una perdiz malherida. La vio adentrarse
en los matorrales y gruñir fieramente. Linda se alejó al interior del bosque
hociqueando desesperada, cubriendo palmo a palmo el terreno. Tal vez la hubiera
apresado entre sus mandíbulas y regresara retozona. Pero Linda no dio señales
de vida.
El haz de luz apenas servía para alumbrar el
sendero. Volvió a dar un traspié y esta vez cayó al suelo como un fardo pesado.
La cartuchera demasiado ajustada se le clavó en los riñones y le hizo maldecir.
Pero lo que más le dolió fue el estúpido tropezón. Un sexto sentido le hizo
presentir la caída pero no pudo evitarla.
Se encontró
chapoteando en el barro como un imbécil. El instinto le hizo sujetar el rifle
en el aire, por suerte durante la caída mantuvo el codo doblado con la mano
extendida hacia el cielo. La bocamanga del loden se le llenó de un lodo espeso
que se deslizó hasta el sobaco. Un frío viscoso se le quedó alojado. Tanteó el
terreno con las manos cubiertas de barro buscando desesperadamente la linterna.
La encontró a medio metro con la luz cegada. Pero aún funcionaba. La limpió con
el pañuelo de Hermes y alumbró el camino.
Cuando se puso en pie el loden estaba
irreconocible. Parecía un soldado con uniforme de camuflaje. No sabía si reírse
o gritar. Se restregó la cara con el antebrazo dejando un surco de tierra
mojada en la frente. Una rama pareció quebrarse muy cerca. Levantó el arma.
Apuntó con el rifle, el dedo a punto de saltar sobre el gatillo, a un objeto
móvil, una forma oscura. Reconoció en la figura que se acercaba la peculiar
manera de correr de Linda. La pointer se aproximó lloriqueando, se acercó con
la cabeza gacha y las orejas caídas. La presa se le había escapado. Linda se
acurrucó al fondo del Land Cruise. La arropó con una manta. Sus ojillos color
miel parecían decirle que no todos los días se acierta.
Rodolfo Triana conducía despacio por el
pedregal. El todoterreno se bamboleaba
al rodar sobre el camino accidentado. Vadeó un riachuelo en primera hasta que
remontó la orilla y enfiló la pradera. Escuchó un aullido cercano. Recordó como
los lobos descendían cuando anochecía. Desorientado, giraba la cabeza a izquierda
y derecha tratando de reconocer alguna señal que le indicara como regresar al
refugio. La ropa despedía un olor agrio. Paró un momento, se bajó y sacó de la
trasera el mono de mecánico. Se cambió con
una tiritera incontrolable. Tras conducir largo rato desorientado empezó
a creer que estaba perdido.
Linda seguía acurrucada al fondo del
todoterreno rumiando su mala suerte. Con sus espaciados gruñidos maldecía a la
perdiz malherida que se le había escapado entre los dientes dejándola en tan
mal lugar ante su amo. Emitió un sonoro ladrido y se puso a dos patas sobre el
cristal. Parecía buscar la pieza perdida. Venteó el aire con su hocico blanco
punteado de lodo y volvió a acurrucarse hecha un ovillo. Hoy no era su día.
Rodolfo Triana encendió un cigarrillo y miró
al cielo maldiciendo entre dientes. Los
faros del Land Cruise alumbraban el pedregoso sendero. A punto de empotrarse
contra un árbol frenó en seco. Linda se golpeó aullando lastimeramente. Había
un chopo plantado en mitad del camino como un fantasma vegetal en la noche. De
pronto escuchó una fuerte descarga y el parabrisas se vio cegado por una
cortina de agua. Los limpiaparabrisas giraban locos tratando de apartar el
agua. El aguacero parecía no tener fin. Se detuvo y echó el freno de mano.
Mantuvo el motor al ralentí y dejó puesta las luces de posición. Esperó impaciente
a que amainara la tormenta.
Cuando escampó aún estaba más perdido. Unas
pequeñas luces se movían en dirección norte. La pointer se puso a ladrar
alegremente. Rodolfo Triana se bajó y se acercó escoltado por Linda. Una pareja
de guardias forestales hablaba por los walki talkie. Daban parte a la central
de que se le había localizado.
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