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sábado, 17 de octubre de 2020

Un surco de tierra mojada en la frente

  

   Llovía tanto que la tierra se enlodó y Rodolfo Triana tuvo que regresar con el arma al hombro enfangado hasta las cachas. Era un rifle automático con la culata dorada que desprendía reflejos con la luz del atardecer. Llevaba el traje de camuflaje y en la cabeza un sombrero marrón con la pluma de un ave como divisa. Sus botas de caña alta chapoteaban en el lodazal. Caminaba despacio, con creciente dificultad, por el accidentado sendero que se iba borrando con la lluvia. La oscuridad empezaba a anunciarse. ¡Joder! exclamó al tropezar con un montículo y despedir sus botas bolas de lodo. El rostro se le llenó de un barro viscoso, algunas partículas se le pegaron a la boca y bajaron por su garganta. Escupió con rabia. El sabor a tierra fermentada le hacía mascullar palabras incoherentes.

    Notaba la lengua áspera y la boca pastosa. Tomó un trago de wiski y se enjuagó la boca. Volvió a escupir con rabia. Encendió la linterna y dirigió el haz de luz perpendicular al camino, luego la inclinó hacia el suelo. A sus espaldas escuchó un rápido movimiento en la espesura. Se giró bruscamente. El rifle en posición de tiro. Apenas se veía. La luz del atardecer se desvanecía. Entonces se acordó de Linda. Hacia un rato que la perrita pointer había escapado tras una perdiz malherida. La vio adentrarse en los matorrales y gruñir fieramente. Linda se alejó al interior del bosque hociqueando desesperada, cubriendo palmo a palmo el terreno. Tal vez la hubiera apresado entre sus mandíbulas y regresara retozona. Pero Linda no dio señales de vida.

    El haz de luz apenas servía para alumbrar el sendero. Volvió a dar un traspié y esta vez cayó al suelo como un fardo pesado. La cartuchera demasiado ajustada se le clavó en los riñones y le hizo maldecir. Pero lo que más le dolió fue el estúpido tropezón. Un sexto sentido le hizo presentir la caída pero no pudo evitarla.

    Se encontró chapoteando en el barro como un imbécil. El instinto le hizo sujetar el rifle en el aire, por suerte durante la caída mantuvo el codo doblado con la mano extendida hacia el cielo. La bocamanga del loden se le llenó de un lodo espeso que se deslizó hasta el sobaco. Un frío viscoso se le quedó alojado. Tanteó el terreno con las manos cubiertas de barro buscando desesperadamente la linterna. La encontró a medio metro con la luz cegada. Pero aún funcionaba. La limpió con el pañuelo de Hermes y alumbró el camino.

    Cuando se puso en pie el loden estaba irreconocible. Parecía un soldado con uniforme de camuflaje. No sabía si reírse o gritar. Se restregó la cara con el antebrazo dejando un surco de tierra mojada en la frente. Una rama pareció quebrarse muy cerca. Levantó el arma. Apuntó con el rifle, el dedo a punto de saltar sobre el gatillo, a un objeto móvil, una forma oscura. Reconoció en la figura que se acercaba la peculiar manera de correr de Linda. La pointer se aproximó lloriqueando, se acercó con la cabeza gacha y las orejas caídas. La presa se le había escapado. Linda se acurrucó al fondo del Land Cruise. La arropó con una manta. Sus ojillos color miel parecían decirle que no todos los días se acierta.

    Rodolfo Triana conducía despacio por el pedregal. El  todoterreno se bamboleaba al rodar sobre el camino accidentado. Vadeó un riachuelo en primera hasta que remontó la orilla y enfiló la pradera. Escuchó un aullido cercano. Recordó como los lobos descendían cuando anochecía. Desorientado, giraba la cabeza a izquierda y derecha tratando de reconocer alguna señal que le indicara como regresar al refugio. La ropa despedía un olor agrio. Paró un momento, se bajó y sacó de la trasera el mono de mecánico. Se cambió con  una tiritera incontrolable. Tras conducir largo rato desorientado empezó a creer que estaba perdido.

    Linda seguía acurrucada al fondo del todoterreno rumiando su mala suerte. Con sus espaciados gruñidos maldecía a la perdiz malherida que se le había escapado entre los dientes dejándola en tan mal lugar ante su amo. Emitió un sonoro ladrido y se puso a dos patas sobre el cristal. Parecía buscar la pieza perdida. Venteó el aire con su hocico blanco punteado de lodo y volvió a acurrucarse hecha un ovillo. Hoy no era su día.

   Rodolfo Triana encendió un cigarrillo y miró al cielo  maldiciendo entre dientes. Los faros del Land Cruise alumbraban el pedregoso sendero. A punto de empotrarse contra un árbol frenó en seco. Linda se golpeó aullando lastimeramente. Había un chopo plantado en mitad del camino como un fantasma vegetal en la noche. De pronto escuchó una fuerte descarga y el parabrisas se vio cegado por una cortina de agua. Los limpiaparabrisas giraban locos tratando de apartar el agua. El aguacero parecía no tener fin. Se detuvo y echó el freno de mano. Mantuvo el motor al ralentí y dejó puesta las luces de posición. Esperó impaciente a que amainara la tormenta.

     Cuando escampó aún estaba más perdido. Unas pequeñas luces se movían en dirección norte. La pointer se puso a ladrar alegremente. Rodolfo Triana se bajó y se acercó escoltado por Linda. Una pareja de guardias forestales hablaba por los walki talkie. Daban parte a la central de que se le había localizado.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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