La mayoría de los ciudadanos,
casi 47 millones, nos hemos portado bien estos treinta y tantos días que
llevamos de confinamiento, salvo excepciones. La mayor sin duda es la
protagonizada por el escapista mayor del reino. Mi suegra, votante del PP, no
daba credibilidad a que todo un señor, Mariano Rajoy, hiciera pellas y se
largara a las bravas de su casa.
El ex presidente transgresor ha tenido
el valor, según unos; la cara dura, según otros, de saltarse a la torera las prohibiciones
del Estado de Alarma. Lo ha hecho a cara descubierta, nunca a escondidas. La
prueba de su impunidad –que no ingenuidad- está en esas imágenes que no ha
desmentido. Es como si deseara que todos conociéramos su mayor travesura, ya
que no tiene pinta de haberlas hecho de niño.
Que quieren que les diga. En el
fondo entiendo a Mariano Rajoy que no es nada paciente y se ha dejado llevar
por un pronto; mientras los demás con los nervios a flor de piel cada día que
pasa estamos a punto de cometer una locura. Para Mariano Rajoy salir de casa
para correr a plena luz del día es como para otros mortales salir a echar una canita
al aire. Le entiendo al ex presidente, tantos años reprimido, por su salida de
tono; pese a que con su gesto, tan feo, haya echo un sonoro corte de mangas a
la legalidad constituida en un Gobierno que no es de su agrado y al que no ha
votado.
La fuga de Rajoy, un registrador
de la propiedad encorsetado en una profesión soporífera, es una peineta por
todo lo alto. Este ex político que salió por la puerta de atrás ha encontrado
en el running su dosis de rebeldía. Para que su fechoría tuviera más valor salía
a correr sin los guardaespaldas, costeados por el Estado, que entre todos le
pagamos.
Y aunque le entiendo al ex
presidente por dejarse tentar por el subidón de la adrenalina cuando hacía sus
correrías; me apunto el primero si se presenta una querella contra su persona. Al
parecer no se fugó una vez, fueron unas cuántas – al menos dos- algo que está
por dilucidar. Con lo cual la multa debería contemplar reiteración y agravantes,
algo que a Mariano Rajoy, consumado escapista, le pone a 1.000.
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